Crónicas de viaje IV
“ DE CUANDO PROBÉ UNA TUNA Y DE LAS ANTIPÁTICAS INSCRIPCIONES EN LATÍN..”
Ayer estuve con Pocha. Pocha Agüero es hija de Don Diomedes Agüero, hermano de María Magdalena Agüero, “la maga”, mi abuela materna. Llegué a su casa en busca de algún dato o foto que pudiera devolverme ciertos rasgos o características de mi abuela, pero no ha sido así. Pocha es una de las sobrinas menores de Maga, con lo cual cuando mi abuela murió, que además fue a temprana edad, ella no había nacido. Tampoco supo decirme algo acerca de sus abuelos Roque Agüero y Rita Espeche, es decir mis bisabuelos, ya que se fueron a vivir a Buenos Aires, con los otros hijos, mientras que Diomedes, hasta su muerte, se quedó en Higueras Grandes, el pueblo natal de todos los hermanos Agüero y cuyo paraje, posiblemente, también haya sido el lugar natal de sus padres. Asunto que es de mi interés develar.
De todos modos, aunque no pude recopilar mayor historia, la Pocha me abrió su casa y su corazón con una alegría particular, aquella que se enciende cuando miras a los ojos a alguien que trae algo nuevo y sin embargo tiene algo de ti, algo conocido. Es ahí donde la sangre es puente de estrellas….
Aunque dormí poco, hoy temprano, después de un buen temporal de lluvia y viento, partí hacia el registro civil de la ciudad, allí me atendió un hombre joven, moreno con buena voluntad de hacerlo, y me explicó amablemente, después de escuchar la inquietud que hasta ese lugar me movilizaba, cuales serían los pasos a seguir para obtener algún resultado posible acerca de mis parientes lejanos en el tiempo y cercanos en la sangre. En primer lugar los registros del sector datan de 1896, y de un solo departamento, el de Valle. Y como casi con seguridad el nacimiento de los bisabuelos fue anterior a esa fecha, me recomendó que me dirigiera al Obispado Central de la Provincia, a unas cuatro cuadras. Hacia allí me dirigí. Como era de esperarse, un gran edificio suntuoso, muestra de poder económico y político se levantaba con el nombre de “Edificio Episcopal de la Provincia de Catamarca” grabado en una placa de bronce. Perfectamente cuidado en todos sus detalles. Paredes y columnas prolijas rigurosamente pintadas con diferentes tipos de moldura. Al final de una escalinata de mármoles, que a pesar de estar a la intemperie brillaba, se alzaba en el umbral, una gran puerta de madera tallada, de dos hojas con arco con sus típicas, epifánicas y antipáticas inscripciones en latín. Toqué el timbre y esperé. Nadie supo atender hasta que a mi derecha, desde una gran ventana con balcón se asomó una mujer de civil, muy bien vestida preguntando cuál era el motivo de mi visita. Le comenté brevemente lo que buscaba y al instante supe que no iba a tener suerte con la investigación que estaba llevando a cabo ya que el obispado, estaría de feria hasta el primer día del mes siguiente. Con lo cual, aunque sin desesperanza, me fui pensando en volver.
La ciudad de Catamarca, es una típica ciudad capital del interior, con su catedral, su edificio de gobernación, municipalidad, ministerios y demás dependencias públicas alrededor de una plaza, “la plaza central”. Todas tienen esta distribución y en casi todas ellas se entremezclan los edificios modernos con las antiguas casonas al estilo de la de Tucumán. Infaltable la peatonal y las camionetas 4x4 de los potentados dando vueltas por la plaza. Lo destaco, porque a pocos kilómetros, el contraste con los que casi no tienen nada, es muy grande.
Un rato antes de volver para la casa, pude adquirir mis más ansiadas alpargatas de yute que venia buscando desde Buenos Aires. Fue un día tranquilo.
Lo nuevo: la tuna. Después de componer una canción titulada “Pan quesito y tunales” y no conocer una tuna, podría en el futuro volverse una contradicción insalvable. Lo cual un almuerzo con tunas de postre, era la oportunidad para salvar definitivamente aquella contradicción. Luego de la inmejorable explicación de la maestra cocinera de la casa, en cuanto a las bondades y rispideces de la tuna como fruto, a saber: que no puedes arrancarlo directo del árbol, porque el fruto en sí , posee una especie de caparazón, que tiene una cantidad de erupciones del tamaño de un grano de trigo, que albergan miles de espinillos casi invisibles que se clavan en la piel y no sólo no los ves para extraerlos , sino que te duelen como la puta que lo parió, que existe todo un método para arrancarlos, para después lavarlos y rasparlos de manera de mitigar un poco la cantidad de espinas, y con muchísimo cuidado cortarle las puntas y finalmente el lomo hasta sacar el fruto entero que habita dentro, tuve la gratificante oportunidad de saborear una tuna. Un trabajo que vale la pena tomarse si, por esas cosas, te encuentra un tunal silvestre camino hacia el río y tus sentidos mas primitivos dispuestos al festín…….
“ DE CUANDO PROBÉ UNA TUNA Y DE LAS ANTIPÁTICAS INSCRIPCIONES EN LATÍN..”
Ayer estuve con Pocha. Pocha Agüero es hija de Don Diomedes Agüero, hermano de María Magdalena Agüero, “la maga”, mi abuela materna. Llegué a su casa en busca de algún dato o foto que pudiera devolverme ciertos rasgos o características de mi abuela, pero no ha sido así. Pocha es una de las sobrinas menores de Maga, con lo cual cuando mi abuela murió, que además fue a temprana edad, ella no había nacido. Tampoco supo decirme algo acerca de sus abuelos Roque Agüero y Rita Espeche, es decir mis bisabuelos, ya que se fueron a vivir a Buenos Aires, con los otros hijos, mientras que Diomedes, hasta su muerte, se quedó en Higueras Grandes, el pueblo natal de todos los hermanos Agüero y cuyo paraje, posiblemente, también haya sido el lugar natal de sus padres. Asunto que es de mi interés develar.
De todos modos, aunque no pude recopilar mayor historia, la Pocha me abrió su casa y su corazón con una alegría particular, aquella que se enciende cuando miras a los ojos a alguien que trae algo nuevo y sin embargo tiene algo de ti, algo conocido. Es ahí donde la sangre es puente de estrellas….
Aunque dormí poco, hoy temprano, después de un buen temporal de lluvia y viento, partí hacia el registro civil de la ciudad, allí me atendió un hombre joven, moreno con buena voluntad de hacerlo, y me explicó amablemente, después de escuchar la inquietud que hasta ese lugar me movilizaba, cuales serían los pasos a seguir para obtener algún resultado posible acerca de mis parientes lejanos en el tiempo y cercanos en la sangre. En primer lugar los registros del sector datan de 1896, y de un solo departamento, el de Valle. Y como casi con seguridad el nacimiento de los bisabuelos fue anterior a esa fecha, me recomendó que me dirigiera al Obispado Central de la Provincia, a unas cuatro cuadras. Hacia allí me dirigí. Como era de esperarse, un gran edificio suntuoso, muestra de poder económico y político se levantaba con el nombre de “Edificio Episcopal de la Provincia de Catamarca” grabado en una placa de bronce. Perfectamente cuidado en todos sus detalles. Paredes y columnas prolijas rigurosamente pintadas con diferentes tipos de moldura. Al final de una escalinata de mármoles, que a pesar de estar a la intemperie brillaba, se alzaba en el umbral, una gran puerta de madera tallada, de dos hojas con arco con sus típicas, epifánicas y antipáticas inscripciones en latín. Toqué el timbre y esperé. Nadie supo atender hasta que a mi derecha, desde una gran ventana con balcón se asomó una mujer de civil, muy bien vestida preguntando cuál era el motivo de mi visita. Le comenté brevemente lo que buscaba y al instante supe que no iba a tener suerte con la investigación que estaba llevando a cabo ya que el obispado, estaría de feria hasta el primer día del mes siguiente. Con lo cual, aunque sin desesperanza, me fui pensando en volver.
La ciudad de Catamarca, es una típica ciudad capital del interior, con su catedral, su edificio de gobernación, municipalidad, ministerios y demás dependencias públicas alrededor de una plaza, “la plaza central”. Todas tienen esta distribución y en casi todas ellas se entremezclan los edificios modernos con las antiguas casonas al estilo de la de Tucumán. Infaltable la peatonal y las camionetas 4x4 de los potentados dando vueltas por la plaza. Lo destaco, porque a pocos kilómetros, el contraste con los que casi no tienen nada, es muy grande.
Un rato antes de volver para la casa, pude adquirir mis más ansiadas alpargatas de yute que venia buscando desde Buenos Aires. Fue un día tranquilo.
Lo nuevo: la tuna. Después de componer una canción titulada “Pan quesito y tunales” y no conocer una tuna, podría en el futuro volverse una contradicción insalvable. Lo cual un almuerzo con tunas de postre, era la oportunidad para salvar definitivamente aquella contradicción. Luego de la inmejorable explicación de la maestra cocinera de la casa, en cuanto a las bondades y rispideces de la tuna como fruto, a saber: que no puedes arrancarlo directo del árbol, porque el fruto en sí , posee una especie de caparazón, que tiene una cantidad de erupciones del tamaño de un grano de trigo, que albergan miles de espinillos casi invisibles que se clavan en la piel y no sólo no los ves para extraerlos , sino que te duelen como la puta que lo parió, que existe todo un método para arrancarlos, para después lavarlos y rasparlos de manera de mitigar un poco la cantidad de espinas, y con muchísimo cuidado cortarle las puntas y finalmente el lomo hasta sacar el fruto entero que habita dentro, tuve la gratificante oportunidad de saborear una tuna. Un trabajo que vale la pena tomarse si, por esas cosas, te encuentra un tunal silvestre camino hacia el río y tus sentidos mas primitivos dispuestos al festín…….
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