CRONICAS DE VIAJE Crónica II
CRONICAS DE VIAJE
Crónica II
“DEL ENCUENTRO
CON EL ESPIRITU CALCHAQUÍ Y DEL PAN”
El encuentro con el espíritu calchaquí se gesta
lentamente, casi imperceptible Los
pensamientos temerosos condicionan la sensación de libertad que da la
profundidad del alma salvaje. Leve y tenaz el sendero, se inclina contra el
cielo elevando a la cumbre la pureza de lo humano. Todas y cada una de las
piedras que encuentro en el camino,
tienen su propio sitio, ganado con el correr del viento. Pertenecen a la
urdimbre silenciosa y silenciada. Atesoran la yema áspera y el grito ungido
bendecido por la indiferencia y el crimen. De esta situación quiero ocuparme,
de la intensidad de la piedra y su soledad inamovible que no traiciona, pero
delata. No puedes detenerla ni callarla. Te sacude la sangre, se hunde en los
huesos hasta recordarte que eres parte…
El sendero que recorre la Cuesta del Portezuelo,
asfaltada por completo por los dos últimos gobiernos de la provincia , es un
recorrido para disfrutar con todo el cuerpo y la mente (según Palma).Fue allí
donde comencé a pensarme un poco más… de esta situación quiero ocuparme, y simplemente dejarme llevar…es allí donde sé
que me encuentro, plena, salvaje, autentica, alegre, vital, combativa, enérgica,
ahogada en llanto…estaré atenta a eso…ya sé lo que quiero…es el tiempo de
construir eso…La intensidad de la vegetación del cerro y su soledad inamovible penetra
en los poros, con la inexorabilidad del amor, no lo puedes detener, ni
condicionar, ni medir, te invade, te sacude la sangre y te hace compañero. Rumbo
a la cumbre, al compás del zigzagueo del camino, con “la vicky”, “la nancy” y su compañero,
gente profunda y vital, sentí la feliz comodidad del seno materno…así son esas
cosas…no sabes de donde surgen pero intuyes que viene de abajo…no sabes bien qué
te une…pero estas unido...
Lo que sí merece el relato con más detalle, es el pan
casero que compramos antes de emprender la subida al cerro. El tamaño del pan
al que uno esta habituado comprar en la ciudad tiene estas características: “pancito saborizado con hierbas del bosque,
sal marina y semillas de caujú”, ¡setenta y tres pesos la docena! …¡¡¡en mi
barrio se llamaban milonguitas!!!
El pan del que les hablo se parecía a una de esas piedras
erosionadas por el viento, del ancho de una tortuga y del largo de un hurón. El
relleno, mullido de miga parejamente cocinada y de una esponjosidad grave, se
presentaba verdaderamente irresistible a cualquier paladar humano. Tranquilamente,
uno podría morir de sobredosis, si no se le diera por atender a la voluntad de
parar de comer en algún momento, ¡palabra
de honor!.
Ya en la llegada a la cima me hice de una pequeña piedra que
la tengo en mi poder. La recogí en la cumbre, cerca del cielo, pero cerca
digamos a unos metros nomás. La recogí pensando en ti, pensando en que sería
para ti, y tiene la singularidad de haber sido elegida, no sólo por el lugar en
que la hallé, sino por haber sido elegida entre miles y miles de piedras que convivían
con ella en el lugar. Algo de ella es particular, algo de ella hay en mí. Es
una piedra que elegí para dártela y me parece un motivo suficiente para que sea
especial.
Luego la bajada…y el pueblo perdido…
(Continuará en la próxima crónica)
Catamarca, martes 13 de enero de 2009
13:25
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