Pequeñas crónicas de viaje I



 Pequeñas crónicas de viaje I

“DE  LA VEZ QUE COMI BARRO POR PRIMERA VEZ” 

La primera vez que me picó una abeja en la boca, comí barro.
Tenía nueve años cuando, junto con mi madre, mi padre y mis hermanos, viajé por primera vez a Catamarca, a pasar parte del verano a la casa de mi abuelo materno Andrés. Eran las vacaciones que le correspondían a mi padre en el trabajo y ese verano habían decidido que visitaramos a mi abuelo. El tata Andrés, como le llamaba mi hermano, se había construido una modesta casa en un pueblo rodeado de montañas, que sólo poseía una calle principal y en sus doscientos metros de asfalto reciente se distrbuian el correo, la comisaría, la sala de primeros auxilios y un almacén de ramos generales en la esquina, el que me vería todos los días comprando alguna rosca. La casa estaba sobre calle de tierra, a mitad de cuadra de la calle principal, calle de tierra ancha. Solo dos casas separaban la casa de mi abuelo, de la casa de su hermano, mi tío abuelo ….y mi tía abuela Luisa. Ese tramo de camino que recorría casi todos los días representaba para mí, el camino hacia la libertad, porque nadie tenía que acompañarme.
Uno de esos mediodías de calor intenso, me desperté cerca de las once, me vestí , tomé la leche y salí disparando a la casa de la Tía Luisa, “me voy a lo de la tia”- le grité a mi abuelo que estaba en el fondo de la casa, trabajando en la huerta. Y como rayo, abrí la puerta mosquitero y me lancé a la calle, casi corriendo, casi caminando, casi distrayéndome con cada piedrita o cada flor. El tramo no era muy largo, pero lo suficiente para sentir que me había lanzado sola a las calles del pueblo. Casi llegando al portón de la casa de la tía Luisa, comencé a sentir un ardor en los labios que aumentaba cada vez, una quemazón y una picazón intensas comenzaron a hacerse sentir en mi boca. Me toqué y tenía un globo en los labios, justo en la parte interior de los labios. “ Mamá! Abuelo!” -mi voz empezó a surgir como desde las entrañas de la tierra. “me arde la boca” -atiné a decirle con dificultad a mi madre que había venido corriendo buscándome. Al ratito, lento pero sin pausa, la figura de mi abuelo, aún pequeña por la distancia, desde la puerta de su casa, se acercaba a mí. Me recuerdo con la boca semiabierta, un poco llorando y un poco asustada. Mi madre, sosteniéndome el labio hacia afuera y la figura de mi abuelo con su andar de gente del interior,  ya más cerca de mí.  AL momento en que llegó finalmente a donde estábamos mi madre y yo, dijo con vos pausada y serena, “ le ha picado una abeja mijita, no se asuste, mija- mirándola a mi madre-, póngale barro, eso le va a curar”- sugirió con sabiduría…
¡¡¡¡¡¿qué????!!!!!!- Pensé para mí, ¿barro?. Mi madre sin pensarlo, tomó tierra del suelo, mandó buscar una manguera y ahí nomás sin anestesia me enchastró de barro la boca. Y así fue, que el milagro ocurrió, se me pasó el ardor y se deshinchó mi boca.  Esas cosas…

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